lunes, 31 de diciembre de 2018

SOLO UNA NOCHE. MAÑANA SERÁ OTRO DÍA.


Me pidieron hacer un brindis. Fue ahí que me di cuenta que no estaba completamente en el “ahí y el entonces”.

-Ya, la Dani que haga un brindis. La dueña de casa - dijo mi mamá.

Tomé con desgano la copa de champagne que acepté solo para brindar. Con la mirada baja, la alcé   y dije:

-No sé qué decir. Salud.

Yo, que otrora brillara por mis palabras. Que publiqué un libro hace un par de semanas, no fui capaz de expresarme en un simple brindis.

Observaba el contexto; mis padres y hermano alrededor de la mesa. El año nuevo como en 30 años atrás, todos emocionados. Aunque más que emocionados, conmovidos al comentar las trancas del pasado: los afectos ausentes, las heridas que dejaron, la capacidad de retomar los lazos. Lagrimas caían por las mejillas de los presentes. Yo, estoicamente observaba y escuchaba. Incluso conseguía observarme a mi misma, incapaz de conectar con ninguna emoción, impávida. Estaba presente, pero no conectada.



Le envié un whatsapp a mi contacto favorito. Afortunadamente no tengo activada la opción “visto”, pues hubiese sido más lamentable – e incluso patético – sumar uno más a mi colección de “vistos”.

Llegaron las 00:00. Nos levantamos como se levanta un profesor cuando está sentado en la sala de profes al escuchar el timbre para ir al segundo bloque de clases. Nos abrazamos y me pareció todo como una formalidad digna de ser realizada. Luego de eso, terminaron el champagne, mis padres se despidieron y volvieron a su casa. No hubo música exuberante, no hubo fotos, no hubo televisión. Mi hermano se fue a acostar, mientras se lamentaba el no tener ni las ganas ni la energía para salir a festejar el año nuevo. Yo me dediqué a ordenar la cocina: saqué las cosas de la mesa, lavé toda la loza. Y mientras limpiaba los objetos utilizados, pensaba en como “comenzaba este 2019”: limpiando y ordenando, lo que ha sido la tónica hace una semana. Me sentí una adulta sin muchas cosas que hacer, como para pasar los primeros minutos del año lavando la loza y con eso comprobé mi excesiva preocupación por mantener mi espacio limpio y ordenado. Luego recordé mi cosmovisión mapuche y el wetripantu; el baile existencial al compás de las estaciones y el renuevo. La naturaleza me guía en los cambios y nuevos ciclos. Esto es solo una noche.

Fui al baño a limpiar mi rostro antes de dormir. Me observé y percibí que no había ni siquiera un rastro de maquillaje en mi rostro, ni siquiera estaba peinada. Improvisé un buzo cómodo y un moño al más puro estilo “domingo de labores domésticas”. Me pregunté el porqué de mi aspecto dominical: no obtuve respuesta y tampoco insistí. Reviso el teléfono y una alumna envía un whatsapp hermoso, agradeciéndome y deseándome un feliz año. Ahí comprobé una vez  mas que las cosas pueden llegar de donde menos lo esperas, las flores florecen inesperadamente, por eso hay que siempre sembrar.

Revisé las puertas, para asegurarme que estuviesen cerradas; apagué la luz y me vine a acostar.
Mañana será otro día.

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