Antes de partir
Lunes por la mañana. 08:02 fui donde la inspectora general
(que más que inspectora, es Iris; mi colega amiga) y le ofrecí disculpas por no
haber participado el viernes de la actividad del día del padre; y por algún
eventual tono de voz desagradable.
-No te preocupes, Dani. Se entiende que en estas fechas de
conmemoración es difícil para los que están a la distancia.
-Si, es verdad. Además que mi padre no ha estado muy bien;
entonces en ese contexto no soy el alma de la fiesta.
-¿Sabes Dani? A veces pasa que las personas se van antes de
partir.
-¿Es decir que solo queda el cuerpo laburando por ahí?
-Exactamente. Después que hablamos el día viernes, me quedé
pensando “¿se nos fue la Dani? ¿La perdimos?”
-No lo había pensado, fíjate. Interesante. Le daré vueltas
al asunto.

Se ha extraviado mi tesoro. No es que no exista; no es que
no lo sienta: solo que no sé dónde está. Escucho su voz, siento su calor, pero
no sé de donde proviene. Ayer, mirando la lluvia dominical, pude sentir su
cálida presencia: esa alegría sin motivo. Existe, pero no sé dónde está.
Debido a esto, he dejado de lado las planificaciones, los
planes y programas, los cinco minutos de anticipación a todo evento: todo
parece irreal, fluctuante, ligero; en el límite de gravedad cero. Es un desprendimiento fácil, que no pesa, que no me agota. Me he ido
tantas veces de tantos lugares; y cada vez es tiene un factor que lo hace un tanto diferente: el eterno retorno
nietzscheano. Es interesante observar como todo es cíclico, como se repite una
y otra vez, como una lección que nunca acaba, pero en la cual siempre se avanza.
Se ha extraviado mi tesoro, como el unicornio azul de Silvio
Rodriguez. Sin embargo, en el fondo siempre sabemos hacia donde apunta la
brújula, solo que nos cuesta verlo. Tenemos una brújula como la de Jack
Sparrow, que no apunta hacia el norte, sino hacia lo que más desee la persona
que la sostiene. Saber donde no buscar, ya es un buen comienzo.
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