De troncos y ramas
Al
compás del Ok Computer
Hay
una parte del ser que nunca se modifica. Tengo grabadas las palabras que me
dijo un amigo – a propósito del axioma/mantra “somos lo que somos”: “Estimada,
nuestras costumbres y hábitos podrán cambiar, algunas prácticas o formas de
considerar las cosas. Pero hay algo que nunca cambiará; ese ‘algo’ es lo que
somos”. Por lo menos fue eso lo que entendí.
El
eterno auto retorno; ese es el verdadero ser que no muda. El resto es un eterno
“siendo”: existencia en gerundio, esencia en infinitivo. El ser es el único que
no está sujeto al tiempo y al espacio, es inmutable, como un atributo divino:
la inmutabilidad del ser.

Tal
vez la esencia divina que tenemos sea la inmutabilidad del ser: esas raíces que
nos hacen parte de la tierra, del cosmos y del todo. El apóstol Pablo le
escribe a su amigo Timoteo su segunda carta, en la que le recuerda que “Dios no
puede negarse a sí mismo”. De la misma forma el individuo está compuesto y comparte esta inmutabilidad:
no nos podemos negar. Somos lo que somos.
Tal
vez el texto bíblico del Génesis, donde alude a que el ser humano está hecho “a
imagen y semejanza de Dios” se refiera a eso: la semejanza es la inmutabilidad
del ser, el sempiterno yo.
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