sábado, 10 de junio de 2017

LA INMUTABILIDAD DEL SER


De troncos y ramas

Al compás del Ok Computer


Hay una parte del ser que nunca se modifica. Tengo grabadas las palabras que me dijo un amigo – a propósito del axioma/mantra “somos lo que somos”: “Estimada, nuestras costumbres y hábitos podrán cambiar, algunas prácticas o formas de considerar las cosas. Pero hay algo que nunca cambiará; ese ‘algo’ es lo que somos”. Por lo menos fue eso lo que entendí.

El eterno auto retorno; ese es el verdadero ser que no muda. El resto es un eterno “siendo”: existencia en gerundio, esencia en infinitivo. El ser es el único que no está sujeto al tiempo y al espacio, es inmutable, como un atributo divino: la inmutabilidad del ser.

El “siendo”, que son todas las ramificaciones socio espaciales del ser, son las que se modifican: son las ramas que cambian según la estación, pero que siempre estarán unidas al tronco del ser. Ramas se quiebran, secan, pudren, desaparecen, cambian de color o forma, pero el tronco, el tronco es inmutable.

Tal vez la esencia divina que tenemos sea la inmutabilidad del ser: esas raíces que nos hacen parte de la tierra, del cosmos y del todo. El apóstol Pablo le escribe a su amigo Timoteo su segunda carta, en la que le recuerda que “Dios no puede negarse  a sí mismo”. De la misma forma el individuo está compuesto y comparte esta inmutabilidad: no nos podemos negar. Somos lo que somos.

Tal vez el texto bíblico del Génesis, donde alude a que el ser humano está hecho “a imagen y semejanza de Dios” se refiera a eso: la semejanza es la inmutabilidad del ser, el sempiterno yo.


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