sábado, 21 de junio de 2014

We tripantu

Los hombres de la tierra saben de esto: de comenzar nuevos ciclos en épocas inhóspitas, de comenzar y recibir cambios naturales cuando todo es cenizas en el aire y escarcha en el suelo.
Y es que la renovación comienza ahí, cual ave fénix: cuando no se puede plantar, cuando el día se acorta, como la vida; pero aun así el sol sale  nuevamente, y la luna lo sigue. Si bien distantes y fríos, pero presentes, aproximándose lentamente. Es aquí donde la lluvia limpia la tierra fértil y se prepara para las mejores cosechas. Y en esta vida todo es una metáfora de todo: ¿qué tierra más fértil que nuestro propio existir?, ya lo decía el buen Jesús: por nuestros frutos seremos conocidos. Y es que la sabiduría divina trasciende geografías, religiones y tiempos: somos todos buscando lo mismo, y tratando de encontrarnos – mediante el Eterno – a nosotros mismos.

Que esta renovación ancestral, que esta dádiva de los dioses la recibamos como un presente amoroso, como una renovación interna y completa: todo lo que somos se transforma, como lo canta el buen Drexler, nada es más simple, no hay otra forma, nada se pierde;  todo se transforma. Que esta metamorfosis nos traiga todos los amores: fileo, eros, agape, storge: o mejor aún: todos en uno. Que la lluvia, con su fría belleza, nos limpie de todo lo que debemos despojarnos. Que podamos apreciar en lo cotidiano las dádivas del Eterno y encontrarnos con la naturaleza, con nosotros mismos y con el otro; del cual sin querer nos aislamos. Así sea.

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