Hay
un “qué” que me es ininteligible, impronunciable. No sé lo que es ni cómo es.
Son unos segundos de quietud placida que esboza una sonrisa. Me resulta
imposible describirlo con exactitud: solo puedo decir que se asemeja a una
satisfacción en el atardecer, una puesta de sol, un reírse de lo absurdo, un
pacífico asombro. La voz que se va a través de la mirada, la mirada en la nada,
donde todas las imágenes pasan fusionándose.
Un
suspiro liviano,
Un
tibio misterio,
La
alegría de la sorpresa,
El
estremecimiento de las emociones
Una
ausencia llevadera,
Donde
todo me transporta, todo me lleva, todo me emociona, todo me conmueve:
el paisaje natural,
el paisaje urbano con sus luces y ritmos,
la música,
el amor paternal y maternal,
los lugares de otrora,
las calles de infancia,
los rostros de adolescencia,
la casa de los padres, la pieza que me dieron durante tantos años.
Avanzo
fluctuante por la orilla de la playa,
Me
voy ensimismada,
Para
descender del cielo, cual ciudadano de Macondo:
Es
como si pudiese observar la belleza ontológica de todo cuanto me rodea
Y
al verla, son como resquicios de Dios,
De
belleza y de verdad
Que
se pegan en mi piel y me hacen sonreír.
¿Será esto la felicidad?
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