sábado, 25 de octubre de 2014

Muchas cosas tienen nombres similares – o incluso iguales – lo que nos suele producir una cierta confusión si nos referimos a tal o cual persona. Sin embargo me he dado cuenta que cuando nombramos a personas por su nombre completo, hay algo de absoluto en eso.

Nombrar por completo, referirse a todo el ser,  es citarlo con todo lo que representa y significa, sin nada que falte. Un nombre completo pronunciado es un manifiesto ontológico, una declaración tácita de que me dirijo a él – y exclusivamente a él – sin confusiones, en forma transparente, sin subterfugios. Cristalino, pausado y completo: sin lugar a dudas, sin nada que se interponga en lo que se dice y entre los interlocutores.


Creo que es por eso que mantengo siempre mi nombre completo oculto. Son pocos los que lo conocen; porque son pocos los que me conocen. Justamente para no mostrarme por completo al mundo; para que no me mencionen por completo. Casi siempre en un eclipse. Casi siempre.

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