Me
pidieron hacer un brindis. Fue ahí que me di cuenta que no estaba completamente
en el “ahí y el entonces”.
-Ya,
la Dani que haga un brindis. La dueña de casa - dijo mi mamá.
Tomé
con desgano la copa de champagne que acepté solo para brindar. Con la mirada
baja, la alcé y dije:
-No
sé qué decir. Salud.
Yo,
que otrora brillara por mis palabras. Que publiqué un libro hace un par de
semanas, no fui capaz de expresarme en un simple brindis.
Observaba
el contexto; mis padres y hermano alrededor de la mesa. El año nuevo como en 30
años atrás, todos emocionados. Aunque más que emocionados, conmovidos al
comentar las trancas del pasado: los afectos ausentes, las heridas que dejaron,
la capacidad de retomar los lazos. Lagrimas caían por las mejillas de los
presentes. Yo, estoicamente observaba y escuchaba. Incluso conseguía observarme
a mi misma, incapaz de conectar con ninguna emoción, impávida. Estaba presente,
pero no conectada.
Le envié un whatsapp a mi contacto favorito. Afortunadamente no tengo activada la opción “visto”, pues hubiese sido más lamentable – e incluso patético – sumar uno más a mi colección de “vistos”.
Llegaron
las 00:00. Nos levantamos como se levanta un profesor cuando está sentado en la
sala de profes al escuchar el timbre para ir al segundo bloque de clases. Nos abrazamos
y me pareció todo como una formalidad digna de ser realizada. Luego de eso,
terminaron el champagne, mis padres se despidieron y volvieron a su casa. No hubo música exuberante, no hubo fotos, no hubo televisión. Mi hermano
se fue a acostar, mientras se lamentaba el no tener ni las ganas ni la energía
para salir a festejar el año nuevo. Yo me dediqué a ordenar la cocina: saqué
las cosas de la mesa, lavé toda la loza. Y mientras limpiaba los objetos
utilizados, pensaba en como “comenzaba este 2019”: limpiando y ordenando, lo
que ha sido la tónica hace una semana. Me sentí una adulta sin muchas cosas que
hacer, como para pasar los primeros minutos del año lavando la loza y con eso comprobé mi excesiva preocupación por mantener mi espacio limpio y ordenado. Luego recordé
mi cosmovisión mapuche y el wetripantu; el baile existencial al compás de las
estaciones y el renuevo. La naturaleza me guía en los cambios y nuevos ciclos. Esto es solo una noche.
Fui
al baño a limpiar mi rostro antes de dormir. Me observé y percibí que no había
ni siquiera un rastro de maquillaje en mi rostro, ni siquiera estaba peinada. Improvisé
un buzo cómodo y un moño al más puro estilo “domingo de labores domésticas”. Me
pregunté el porqué de mi aspecto dominical: no obtuve respuesta y tampoco
insistí. Reviso el teléfono y una alumna envía un whatsapp hermoso, agradeciéndome
y deseándome un feliz año. Ahí comprobé una vez
mas que las cosas pueden llegar de donde menos lo esperas, las flores florecen
inesperadamente, por eso hay que siempre sembrar.
Revisé
las puertas, para asegurarme que estuviesen cerradas; apagué la luz y me vine a
acostar.
Mañana
será otro día.
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