domingo, 5 de junio de 2016

ZOE












Conocimiento, vida y espiritualidad









I Edición

Visión
Revista mensual que pretende abordar al ser humano y su existencia como algo integral y no fragmentado, mirando y explicando las experiencias  desde diferentes perspectivas de la ciencia, las humanidades y la espiritualidad. Creemos que no basta existir, es necesario ser, y ese “ser”, como organismo vivo, solo se da en un relacionar saludable, en paz consigo mismo, con el universo y con el otro. Reconocemos que el ser humano es un ser espiritual, sin embargo abordamos esta realidad con libertad de pensamiento y sin limitantes dogmáticas o doctrinarias, pero respetando toda línea de pensamiento.  Entendemos que ningún organismo tiene existencia si no tiene unidad, y la unidad nunca se da en la negación de las partes.

Prologo a la primera edición
Reconociendo la imperiosa necesidad de entender los diferentes aspectos del vivir y convivir humano desde diversas perspectivas del conocimiento, surge – de forma espontánea, como una conversación entre amigos – la motivación de realizar un abordaje humanista  y científico que explique, desde cada campo de conocimiento, el comportamiento humano, sus redes de relacionamiento con el otro y su accionar como ser social. Todo esto, llevándolo a la aplicación diaria, en un lenguaje simple pero profundo, transitando entre lo abstracto y lo concreto, trayendo la teoría y reflexión a la práctica diaria, para sumar al crecimiento integral y fortalecimiento del zoe, como vida interior. En suma, es una conversación entre amigos, a la cual les invitamos cordialmente.
En esta primera edición, el tema transversal a comentar será el concepto de reforma.
En esta primera edición, el tema transversal a comentar será el concepto de reforma y cómo él afecta el desarrollo de todo ser vivo. Ante esta verdad afirmamos, al compás de Mercedes Sosa, que todo cambia.

Octubre 2015





Colaboradores de esta edición
Wellington Silva Filho es Master en Historia por la Universidad Estadual de Maringá, Brasil. Actualmente desarrolla investigación doctoral en Historia de las Ciencias en la Universidad de Lisboa, donde estudia el uso y la influencia de las drogas de Brasil en la farmacia y pensamiento médico portugués durante el siglo XVIII.

 
 Angélica Bañados Irribarren es Psicóloga, Licenciada en Psicología en la Universidad Diego Portales, Campus Sur Austral, Temuco. Cuenta con variados diplomados en el área de Salud Mental Comunitaria e Infanto Juvenil por la Universidad de Chile. El 2004 publica Mujer: La realidad cabeza abajo”. Documentos Praxis, trabajos estudiantiles 2003 – 2004. Facultad de Ciencias Humanas y Educación. Universidad Diego Portales, Santiago. Esposa y madre, actualmente  ejerce como Psicóloga, Encargada Programa de Salud Mental y del Adolescente. Intervención psicosocial y psicoterapia de adultos y niños de orientación sistémica, Hospital de Palena, Servicio de Salud del Reloncaví, Patagonia chilena.


Benedicto Vidal Ruiz es Profesor de Filosofía de la Universidad de Concepción, Chile. Máster en Intervención Socioeducativa, Universidad de Santiago de Compostela, España, Especialista en Evaluación de Aprendizajes, Fundador de la Revista Poética “Espacio Invencible” de la Universidad de Concepción el año 2003. Se ha desempeñado como Profesor Universitario, Jefe de UTP, Director de establecimiento y Encargado de Proyectos Educativos en DAEM Villarrica. Actualmente se desempeña como Profesor – Relator de la Pontificia Universidad Católica de Chile, Campus Villarrica y Profesor de Filosofía y Psicología del Colegio Santa Cruz de Villarrica. Músico aficionado y escritor de cuentos y poemas.

Daniela Vidal Ruiz es Licenciada en Teología por el Seminario Presbiteriano de Cianorte, Brasil. Se ha desempeñado como profesora de teología y traductora español/portugués. Ha publicado artículos teológicos, cuentos y poemas en las revistas literarias 7Faces y Pluriversos entre el 2010 y 2013. Ha participado en crítica literaria en la revista brasileña Caçadores de Livros. Es músico entre amigos y poeta de atardecer, actualmente se desempeña como profesora de religión en la Escuela Roberto White Gesell, Patagonia chilena, y cursa un post título en Orientación Educacional.


















UNA REFORMA SIN FORMA
Benedicto Vidal Ruiz



La educación de nuestro país ha pasado en innumerables oportunidades por ciertas reformas, algunas más profundas que otras, entendiéndose éstas como algunas modificaciones al curriculum o puesta en marcha de nuevas bases curriculares, y transformaciones a los programas de estudio; parte de otros cambios cosméticos como llamar a las asignaturas subsectores, para luego volver a llamarlas asignaturas. Ahora bien,  la experiencia nos indica que cuando existe alguna modificación al curriculum nacional, son las humanidades, las que en muchas ocasiones salen recortadas o desestimadas tanto en horas y profundidad en el plan de estudio de los niveles del sistema escolar.


Por otro lado, es sabido que en Chile a la hora de hacer diagnósticos en Educación, nuestros intelectuales y autoridades de Educación, poseen poca profundidad en sus análisis y una limitada visión por lo que en la mayoría de las veces, para no decir en todas, se termina copiando o trasplantando de reformas extranjeras. El ejemplo más insigne, de una reforma con identidad y profundidad como la de un charco,  fue la Reforma Educativa implementada mientras era presidente de la República Eduardo Frei Ruiz-Tagle (1996-2000), donde se implementa la JEC, en nuestro país, la cual es un calcado del modelo de la ESO española. Lo tragicómico de esto, es que en muchos casos los establecimientos ni siquiera contaban con los espacios pedagógicos para hacer funcionar a los establecimientos en Jornada Escolar Completa, ya que fue una ley que se implementó sin financiamiento, pero eso es parte de otra historia.

Es por eso que tiemblo, cuando recibo desde España la noticia, sólo hace algunos días, que la madre patria expulsa definitivamente a la filosofía de la ESO (Educación Secundaria Obligatoria), el símil de nuestra Enseñanza Media; acto seguido miro al cielo y suplico que nuestras autoridades no se les vaya a ocurrir hacer lo mismo en nuestro país, como en el mencionado caso anterior, justificando su decisión con la tendencia que toma la educación europea. Como si fuera poco, la filosofía recibe otro duro golpe cuando hemos sabido que la UNAM (Universidad Nacional Autónoma de México) en agosto de este año, anuncia que cierra la Facultad de Filosofía y Letras por no adecuarse a los objetivos, ni a la realidad del mundo laboral actual del país.





Ahora filosofemos un momento. Si la esencia le da forma al ser y lo actualiza, en el lenguaje aristotélico, la esencia del saber, en el cual hay un compromiso vital con la existencia es en la filosofía, en tanto que busca su sentido como la potencia al acto y le daría forma a la reforma. Sin embargo, el argumento que dan las autoridades tecnocráticas, es que la filosofía es entre los saberes, para el mundo de hoy inútil. Junto con darles la razón, no me avergüenza decir que la filosofía es inútil, porque no es una técnica, y la utilidad por otro lado, nunca ha merecido la cúspide de la pirámide valórica de nuestras sociedades, su única ventaja comparativa es la inmediatez, lo fútil. Y el problema radica justamente ahí, que nuestra sociedad ha puesto la utilidad en la cima.

Otro cuento es que los alumnos salgan de la educación obligatoria sin saber quién fue Platón o Aristóteles; sin embargo resulta más preocupante, que no tengan elementos para decidir en un dilema moral, no valoren la democracia, ni reconozcan los derechos fundamentales del hombre. La reforma debe dar forma y la forma en concepto filosófico es lo que le da el ser al ente y la filosofía es un compromiso vital con la existencia, y en mis palabras, no buscar el sentido de la existencia, es traicionarse a sí mismo.

Habrá algo con más “utilidad” que enseñarles a las nuevas generaciones a pensar, a elegir, a buscar la verdad, a contemplar la belleza, a hacer el bien y a amar honestamente; a buscar el sentido. El sentido de la vida es dinámico y nuestra vida puede ganar o perder sentido y en ocasiones el hombre no puede encontrar el sentido; es cuando se experimenta que el sentido se extravía. De aquí, que se hace tan importante y necesario para el hombre (y para nuestros estudiantes) la constante reflexión comprometida con la propia vida, pues la filosofía pretende buscar y mantener el sentido de la propia vida, ya que, es de esta manera, como entiendo la filosofía: existiendo en una relación tan íntima entre el hombre y el sentido, como la especialísima relación entre el hombre y la verdad, el bien, la belleza y el amor.

De manera poderosa y profunda  envío desde acá fuerza a mis colegas de España, que luchan para que las autoridades no destierren a la filosofía de la sala de clases y ruego que nuestras autoridades no sigan las tendencias de la educación europea.







REFORMARSE

Angélica Bañados Irribarren.



Reforma…acción y efecto de reformar o reformarse. Volver a formar-se, rehacer-se, modificar algo, enmendar o corregir la conducta, una forma de re-organizarse. En términos generales, se conoce como reforma a todos los movimientos que establecieron algún tipo de cambio en un dogma. La Psicología en sí, conocida en la antigüedad como el estudio del alma o Psike - puesta en acción – busca precisamente,  facilitar  y acompañar los procesos de reforma interna.





Así como nuestra cultura posee dogmas y creencias que nos sirven para explicar y adaptarnos a la realidad, nuestro sistema de pensamiento también se cristaliza– de forma más o menos rígida-  ayudándonos a funcionar y adaptarnos a las circunstancias cambiantes del entorno y de nuestra vida. No es fácil despedirnos de nuestros propios dogmas y abrirnos a la posibilidad de la reforma, aunque la mayoría de las veces  sufrimos bajo el peso de nuestra propia concepción de mundo.

La necesidad de reformar-se se genera siempre tras un impulso – interno o externo – que nos hace recordar nuestras limitaciones humanas, la necesidad de mantener la estabilidad y el orden de nosotros mismos, pese a que la vida nos demuestra, a cada instante, su dinamismo y fluctuación. Pero afrontar la resistencia al cambio que acompaña a estos movimientos ¿No es acaso lo que debemos lograr?. Pues, me atrevo a afirmar, que abrirse a las reformas internas y al cambio, es un imperativo sano y necesario, aunque deba remecerse dramáticamente nuestra vida.
Desde la Psicología, los impulsos que movilizan la posibilidad de una reforma, toman el nombre de “Crisis”. Las crisis internas o externas pueden ser el acontecimiento más trascendental e importante que pueda ocurrir a una persona durante el transcurso de su vida. Si la resolvemos adecuadamente, nos permite adquirir un sentido de auto-suficiencia moral y personal que puede repercutir de modo favorable por el resto de nuestra existencia. A menudo, después de un proceso de reforma interna superado decimos, “me siento otro/a o “pienso de manera distinta”.

Toda reforma surge cuando las respuestas, explicaciones o conductas que se manejan en la actualidad, han perdido validez y por ende han dejado de ser una respuesta adaptativa a las demandas del medio. La búsqueda de respuestas no es algo fácil, pero promete la probabilidad de acceder a niveles de conciencia sobre nuestra vida antes desconocidos. Comenzamos a abrirnos a un proceso de renovación, para sentirnos mejor con nosotros mismos y con los demás.

Generalmente cuando se nos presenta la posibilidad de una reforma interna, producto de  una crisis, se desarma el rompecabezas que hasta ese momento mantenía tu sensación de coherencia, y puedes observar, a veces con horror, todas esas piezas desordenadas, sin atinar qué hacer ni por dónde empezar.

Un día cualquiera, aparece una  sensación distinta, de desconexión, tu mente intenta utilizar las viejas soluciones intentadas, racionalizas tus sensaciones, con ese sudor inexplicable e inesperado. Te buscas a ti misma y no te encuentras, encuentras vacío y caos.
Veo personas más o menos conscientes de lo que les está pasando, algunas piden ayuda, algunas no, algunas con la hermosa capacidad de rehacer sus vidas. Otras permanecen en el estado “crítico” por mucho tiempo, con una mínima conciencia de lo que les está ocurriendo, sin pedir ayuda. Me pregunto a veces si existe cierto adormecimiento frente al dolor, algo así como “umbrales” de dolor distinto. La conciencia es un regalo, pero también una trampa, una que puede llevarte a crisis internas difíciles de sobrellevar. Puedes saborear el placer y la gratitud intensamente, pero lo mismo pasará con el dolor.

A veces, se pierde la esperanza y una nube negra nubla toda la existencia. Abrirnos a las reformas internas, es vivir el proceso como una oportunidad para recuperar nuestro ser, nuestro espíritu. Porque lo más angustioso de un proceso de reforma, es encontrarse sola, pero no esa soledad física, si no que esa sensación de no contar contigo misma, de quedarte sin tu espíritu. Contar contigo misma para vivir la crisis, implica volver a tocar tu espíritu.

“Vivir en espíritu” no es una tarea fácil, pero vale la pena el esfuerzo. Los resultados de una intensa y profunda reforma interna, nos pueden llevar a una evolución importante. Reformar-se implica ser honesta contigo misma, tolerar tus debilidades, porque no aceptar tu debilidad, es en sí una gran debilidad. Tratas de aceptar lo que está pasando y no dejas de agradecer. Eso te permite asumir la completa responsabilidad de lo que está pasando en ese momento. Puede ser que nada de esto resuelva la crisis, pero si te transforma, te reforma como ser humano, dignificas tu esfuerzo, independiente de los resultados que se logren.


Aquí adquiere valor el perdón. Cuando
te puedes perdonar un error, a ti mismo o a otro, puedes hacerte más responsable aun. Porque en lugar de quedarte en la culpa, te puedes dar cuenta de tu madurez y de que cuentas con tu espíritu para seguir avanzando en el camino de la vida. No desaprovechemos, las oportunidades que nos da la vida, sean felices o dolorosas, para reformarnos y crecer.



LOS CAMBIOS EN EL PENSAMIENTO MEDICO

Wellington Silva Filho

Hace poco tiempo, en medio de la noche, desperté con fiebre y un fuerte dolor de estómago. Preocupado, busque un hospital a la mañana siguiente. A pesar de que los síntomas no eran graves, mi hipocondría me hizo creer que podría estar seriamente enfermo. Dicen que nosotros los hombres no tenemos grande resistencia al dolor, incluso una cierta tendencia a la autocompasión. 
No sé si tal afirmación tiene un respaldo científico, de todas formas me parece bastante verdadera. En fin, ya en el hospital, fui atendido por un médico que, después de una breve consulta, me recetó algunos remedios y reposo por tres días. Todo no pasaba de un simple y banal malestar estomacal.
Como dije anteriormente, debido a su carácter simple y banal, tal caso no sugiere la posibilidad de una gran reflexión. Todos nosotros ya pasamos por situaciones así, donde nos vimos obligados a buscar en hospitales la solución para nuestras indisposiciones físicas. De las más simples a las más complejas, el hospital es la gran catedral de los enfermos. Como toda iglesia necesita de su pastor, el medico hace el papel central en la religión moderna de la salud.
Sin embargo, incluso los eventos más fútiles de nuestras vidas fueron históricamente construidos y transformados a lo largo de los siglos por fuerzas culturales, políticas, geográficas y sociales; fuerzas que, en gran parte de los casos, remodelaron por completo su configuración original. Nada está libre del gran péndulo de la historia: emociones, instituciones, prácticas profesionales y, el tema que pretendo humildemente abordar en este texto, la visión que tenemos de nosotros mismos. Para eso, reflexionar un poco sobre los procesos de cura y, en especial, cuanto ellos cambiaron a lo largo del tiempo, se muestra un favorable ejercicio en la comprensión de como nuestra especie se concibe a sí misma.
Cuando pienso en mi dolor estomacal, no puedo dejar de imaginar cuan decepcionado estaría mi abuelo si supiera que, por algo tan banal, fui corriendo a buscar protección dentro de los muros de un hospital. A pesar de que yo ser una persona que cultiva más dudas que certezas, en este caso en específico, tengo la absoluta seguridad de que mi abuelo nunca habría buscado un hospital. ¡Ni aun cuando él se quebró las dos costillas, por causa de un accidente doméstico, le pareció razonable visitar un hospital!
Para mi abuelo, así como para la gran parte de los abuelos de quien esté ahora leyendo este texto, la imagen de un hospital estaba más relacionada con la muerte que con restauración de la salud. Todo el glamour y poder simbólico que la institución hospitalaria posee hoy, ni aun una fracción de ella, existía hace algunas decenas de años. Para aquellos que nacieron en las primeras décadas del siglo XX, el hospital era la última salida contra una enfermedad severa, o  un intento desesperado de salvar un ente querido. En resumen, era el foso donde acababan las esperanzas. Durante gran parte de nuestra historia reciente, vivir y morir fueron actos reservados a las cuatro paredes de la casa, siendo nuestros abuelos herederos de esa tradición.
Verticalizando un poco más la discusión, no apenas el hospital y el peso de su institución es algo reciente en nuestra sociedad. El propio concepto de enfermedad se transformó a lo largo del tiempo, ya que elementos más fundamentales sobre el conocimiento medico tiene una prematuridad relativa. Para abordar satisfactoriamente este asunto, tenemos que dar un paso más largo en dirección al pasado, paso que nos llevará a Grecia Antigua. Hasta el final del periodo hoy conocido como Iluminismo, la teoría humoral reinó hegemónicamente en el conocimiento medico occidental. Fundamentada por Hipócrates (460 a.C -377 a.C), posteriormente corroborada por las grandes personalidades de la historia de la medicina, como Discórides (40-90), Galeno (129-217), y Avicena (980-1037), ella – la teoría humoral – fue el más duradero pensamiento occidental que permaneció en la historia de la humanidad. Esencialmente, la teoría se basaba en la afirmación de que la constitución física de un individuo estaba fundamentada en cuatro humores principales: sangre, flema, bilis amarilla y bilis negra. Visto que el equilibrio de esos humores eran determinantes para la salud, las enfermedades humanas no eran nada más que el reflejo de su desarmonía. Así, el trabajo de los médicos consistiría en restablecer el equilibrio humoral. Las técnicas médicas de restablecimiento humoral pasaban, más allá de la administración de drogas de origen animal y vegetal, por la realización de sangrías e inducción voluntaria del vomito.
Si hoy nos parece profundamente extraño una terapia fundada en forzar el vómito y cortar venas, tales acciones eran practicadas primordiales en la medicina de nuestros antepasados. Si los virus, bacterias y enfermedades infecciosas hoy tienen un gran peso en el pensamiento médico, tales conceptos no eran ni siquiera imaginado en el pasado. Apoderados del saber científico actual, miramos para atrás y percibimos – no si una dosis de anacronía -  cuan equivocadas eras las bases que sustentaban la medicina antigua. Tal vez eso produzca en alguno de nosotros un sentimiento reconfortante, tal vez hasta de seguridad, legitimando la falsa impresión de que vivimos en la cúspide de la civilización y del conocimiento médico.
Ejercicios como este, donde nos obligamos a mirar al pasado, no deben ser realizados con la intención de medir  cuan ciertos o equivocados estamos, o aun cuan ciertos o equivocados estaban nuestros antepasados. Antes, veo en ellos un ejercicio de humildad, que tiene como objetivo hacernos comprender y aceptar nuestra pequeñez e ignorancia frente al futuro, a lo desconocido, a lo que vendrá. La misma convicción que un hombre medieval tenía en la confiabilidad de la sabría cómo tratamiento médico, nosotros tenemos ahora con nuestros remedios, médicos y hospitales.
Repito que no soy hombre de certezas, sino más bien de dudas. Mas, aún en la incertidumbre total que es hacer una previsión del futuro, consigo imaginar un posible estudiante de Historia de la Medicina que, de aquí a algunos siglos, al estudiar nuestros actuales métodos de cura, tenga la misma sensación de que nosotros tenemos al estudiar los métodos de cura de nuestros antepasados. 

EXISTENCIA EN GERUNDIO

Daniela Vidal Ruiz


Una de las preguntas que considero más difíciles de responder es la clásica “¿de dónde eres?”. Cada vez que me encuentro en un incipiente dialogo donde se pronuncia esa interrogante, me veo en aprietos. Considero que es, por excelencia, la clásica pregunta muletilla para tener una conversación con quien, por azar, está a tu lado en una reunión informal.


¿Qué decir ante esto? Me estremezco al darme cuenta que no tengo una respuesta concreta y categórica para tal pregunta. Puedo decir donde me crie, en las ciudades que he vivido, donde viven mis padres, en donde vivo actualmente; pero todas esas respuestas son largas y difíciles de explicar; porque no son definitivas, siempre están en gerundio, sujetas a cambios. Probablemente por eso mis interacciones sociales no son tan recurrentes.
Desde el punto de vista teológico, solo Dios –El Eterno – no está sujeto a cambios. Los teólogos se refieren a esto como la inmutabilidad divina, porque El Eterno “es” y no necesita transformaciones o reformas para llegar a una perfección. La divinidad siempre es concreta, acabada, lista, perfecta: no necesita modificaciones, porque habita en un eterno “aquí y ahora”. El futuro y el pasado son para Él un único instante, pues en Él habita el tiempo, por eso no está sujeto a sus transformaciones. El ser humano en cambio, está sujeto a constantes reformas. Vive y convive en un eterno “estar”. Somos de una forma, y luego seremos de otra. Es ese “estar” que le permite crecer. Son los viajes, las experiencias, la comunicación, el autoconocimiento, el reconocimiento de  finitud y bella imperfección que nos permiten un crecimiento espiritual. Es el resplandor del Eterno que nos otorga la capacidad de  conocernos y reconocernos a nosotros mismos, pues una luz que se ilumine a sí misma, jamás verá con claridad a su alrededor. Juan Calvino, el reformador de Ginebra, decía que “la sabiduría consiste en dos puntos: a saber, el conocimiento que el hombre debe tener de Dios y el conocimiento que debe tener de sí mismo”.  Cuando asumimos que no necesitamos cambiar, estamos diciendo que no nos conocemos: nos estamos enclaustrando y limitando a algo único y definitivo que nos impide avanzar en nuestro crecimiento espiritual.
Resulta maravilloso observar nuestros propios cambios y reformas, que si bien son influenciados por agentes externos, son originados por y a partir de nosotros mismos. Es satisfactorio y causa  regocijo experimentar cambios y mirarse a sí mismo en el presente, observar el yo del pasado y certificar que en el desierto florido de la vida, flores exóticas y corrientes van creciendo. Es en el reconocimiento de nosotros mismos y del otro, como legitimo otro, que afirmamos nuestra existencia y experimentamos los cambios necesarios. Es de suma importancia practicar este ejercicio constante de observarnos, cuestionarnos, reflexionar sobre sí y sobre las interacciones sociales que realizamos diariamente.
Es por eso que ya no me sentiré incomoda ni pasaré por aprietos cuando me pregunten de dónde soy: quien quiera saberlo tendrá que tener tiempo para escuchar la explicación de mi respuesta. No hay respuestas con carácter de ley, la vida no es pragmática ni definida. No existen fórmulas cortas y obtusas que nos expliquen, la vida es más simple y compleja que eso: somos esculturas de cenizas, creándonos y desvaneciéndonos. Así, al finalizar el día, no me resta más que concordar con Simone de Beauvoir cuando nos  recomienda que, en la transitoriedad de la vida, “nada nos defina, nada nos sujete; que la libertad sea nuestra propia esencia.” Así sea.



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