ZOE
Conocimiento, vida y espiritualidad
I
Edición
Visión
Revista mensual que
pretende abordar al ser humano y su existencia como algo integral y no
fragmentado, mirando y explicando las experiencias desde diferentes perspectivas de la ciencia,
las humanidades y la espiritualidad. Creemos que no basta existir, es necesario
ser, y ese “ser”, como organismo vivo, solo se da en un relacionar saludable,
en paz consigo mismo, con el universo y con el otro. Reconocemos que el ser
humano es un ser espiritual, sin embargo abordamos esta realidad con libertad
de pensamiento y sin limitantes dogmáticas o doctrinarias, pero respetando toda
línea de pensamiento. Entendemos que
ningún organismo tiene existencia si no tiene unidad, y la unidad nunca se da
en la negación de las partes.
Prologo
a la primera edición
Reconociendo la
imperiosa necesidad de entender los diferentes aspectos del vivir y convivir
humano desde diversas perspectivas del conocimiento, surge – de forma
espontánea, como una conversación entre amigos – la motivación de realizar un
abordaje humanista y científico que
explique, desde cada campo de conocimiento, el comportamiento humano, sus redes
de relacionamiento con el otro y su accionar como ser social. Todo esto,
llevándolo a la aplicación diaria, en un lenguaje simple pero profundo,
transitando entre lo abstracto y lo concreto, trayendo la teoría y reflexión a
la práctica diaria, para sumar al crecimiento integral y fortalecimiento del zoe, como vida interior. En suma, es una
conversación entre amigos, a la cual les invitamos cordialmente.
En esta primera
edición, el tema transversal a comentar será el concepto de reforma.
En esta primera
edición, el tema transversal a comentar será el concepto de reforma y cómo él
afecta el desarrollo de todo ser vivo. Ante esta verdad afirmamos, al compás de
Mercedes Sosa, que todo cambia.
Octubre
2015
Colaboradores de esta edición
UNA REFORMA SIN FORMA
Benedicto Vidal
Ruiz
La
educación de nuestro país ha pasado en innumerables oportunidades por ciertas
reformas, algunas más profundas que otras, entendiéndose éstas como algunas
modificaciones al curriculum o puesta en marcha de nuevas bases curriculares, y
transformaciones a los programas de estudio; parte de otros cambios cosméticos
como llamar a las asignaturas subsectores, para luego volver a llamarlas
asignaturas. Ahora bien, la experiencia
nos indica que cuando existe alguna modificación al curriculum nacional, son
las humanidades, las que en muchas ocasiones salen recortadas o desestimadas
tanto en horas y profundidad en el plan de estudio de los niveles del sistema
escolar.
Por
otro lado, es sabido que en Chile a la hora de hacer diagnósticos en Educación,
nuestros intelectuales y autoridades de Educación, poseen poca profundidad en
sus análisis y una limitada visión por lo que en la mayoría de las veces, para
no decir en todas, se termina copiando o trasplantando de reformas extranjeras.
El ejemplo más insigne, de una reforma con identidad y profundidad como la de
un charco, fue la Reforma Educativa
implementada mientras era presidente de la República Eduardo Frei Ruiz-Tagle
(1996-2000), donde se implementa la JEC, en nuestro país, la cual es un calcado
del modelo de la ESO española. Lo tragicómico de esto, es que en muchos casos
los establecimientos ni siquiera contaban con los espacios pedagógicos para
hacer funcionar a los establecimientos en Jornada Escolar Completa, ya que fue
una ley que se implementó sin financiamiento, pero eso es parte de otra
historia.
Es
por eso que tiemblo, cuando recibo desde España la noticia, sólo hace algunos
días, que la madre patria expulsa definitivamente a la filosofía de la ESO
(Educación Secundaria Obligatoria), el símil de nuestra Enseñanza Media; acto
seguido miro al cielo y suplico que nuestras autoridades no se les vaya a
ocurrir hacer lo mismo en nuestro país, como en el mencionado caso anterior,
justificando su decisión con la tendencia que toma la educación europea. Como
si fuera poco, la filosofía recibe otro duro golpe cuando hemos sabido que la
UNAM (Universidad Nacional Autónoma de México) en agosto de este año, anuncia
que cierra la Facultad de Filosofía y Letras por no adecuarse a los objetivos,
ni a la realidad del mundo laboral actual del país.
Ahora
filosofemos un momento. Si la esencia le da forma al ser y lo actualiza, en el
lenguaje aristotélico, la esencia del saber, en el cual hay un compromiso vital
con la existencia es en la filosofía, en tanto que busca su sentido como la
potencia al acto y le daría forma a la reforma. Sin embargo, el argumento que
dan las autoridades tecnocráticas, es que la filosofía es entre los saberes,
para el mundo de hoy inútil. Junto con darles la razón, no me avergüenza decir
que la filosofía es inútil, porque no es una técnica, y la utilidad por otro
lado, nunca ha merecido la cúspide de la pirámide valórica de nuestras
sociedades, su única ventaja comparativa es la inmediatez, lo fútil. Y el
problema radica justamente ahí, que nuestra sociedad ha puesto la utilidad en
la cima.
Otro
cuento es que los alumnos salgan de la educación obligatoria sin saber quién
fue Platón o Aristóteles; sin embargo resulta más preocupante, que no tengan
elementos para decidir en un dilema moral, no valoren la democracia, ni
reconozcan los derechos fundamentales del hombre. La reforma debe dar forma y
la forma en concepto filosófico es lo que le da el ser al ente y la filosofía
es un compromiso vital con la existencia, y en mis palabras, no buscar el sentido
de la existencia, es traicionarse a sí mismo.
Habrá algo con
más “utilidad” que enseñarles a las nuevas generaciones a pensar, a elegir, a
buscar la verdad, a contemplar la belleza, a hacer el bien y a amar
honestamente; a buscar el sentido. El sentido de la vida es dinámico y nuestra
vida puede ganar o perder sentido y en ocasiones el hombre no puede encontrar
el sentido; es cuando se experimenta que el sentido se extravía. De aquí, que
se hace tan importante y necesario para el hombre (y para nuestros estudiantes)
la constante reflexión comprometida con la propia vida, pues la filosofía
pretende buscar y mantener el sentido de la propia vida, ya que, es de esta
manera, como entiendo la filosofía: existiendo en una relación tan íntima entre
el hombre y el sentido, como la especialísima relación entre el hombre y la
verdad, el bien, la belleza y el amor.
De manera
poderosa y profunda envío desde acá
fuerza a mis colegas de España, que luchan para que las autoridades no
destierren a la filosofía de la sala de clases y ruego que nuestras autoridades
no sigan las tendencias de la educación europea.
REFORMARSE
Angélica
Bañados Irribarren.
Reforma…acción y efecto de reformar o reformarse. Volver a formar-se, rehacer-se, modificar algo, enmendar
o corregir la conducta, una forma de re-organizarse. En
términos generales, se conoce como reforma a todos los movimientos que
establecieron algún tipo de cambio en un dogma. La Psicología en sí, conocida en la antigüedad como el
estudio del alma o Psike - puesta en acción – busca precisamente, facilitar
y acompañar los procesos de reforma interna.
Así como nuestra cultura posee
dogmas y creencias que nos sirven para explicar y adaptarnos a la realidad,
nuestro sistema de pensamiento también se cristaliza– de forma más o menos
rígida- ayudándonos a funcionar y
adaptarnos a las circunstancias cambiantes del entorno y de nuestra vida. No es
fácil despedirnos de nuestros propios dogmas y abrirnos a la posibilidad de la
reforma, aunque la mayoría de las veces
sufrimos bajo el peso de nuestra propia concepción de mundo.
La necesidad de reformar-se se
genera siempre tras un impulso – interno o externo – que nos hace recordar
nuestras limitaciones humanas, la necesidad de mantener la estabilidad y el
orden de nosotros mismos, pese a que la vida nos demuestra, a cada instante, su
dinamismo y fluctuación.
Pero afrontar la resistencia al cambio que acompaña a estos movimientos ¿No es
acaso lo que debemos lograr?. Pues, me atrevo a afirmar, que abrirse a las reformas internas y al cambio, es un
imperativo sano y necesario, aunque deba remecerse dramáticamente nuestra vida.
Desde la Psicología, los
impulsos que movilizan la posibilidad de una reforma, toman el nombre de
“Crisis”. Las crisis internas o externas pueden ser el acontecimiento más trascendental e
importante que pueda ocurrir a una persona durante el transcurso de su vida. Si
la resolvemos adecuadamente, nos permite adquirir un sentido de
auto-suficiencia moral y personal que puede repercutir de modo favorable por el
resto de nuestra existencia. A menudo, después de un proceso de reforma interna
superado decimos, “me siento otro/a o “pienso de manera distinta”.
Toda reforma surge cuando las
respuestas, explicaciones o conductas que se manejan en la actualidad, han
perdido validez y por ende han dejado de ser una respuesta adaptativa a las
demandas del medio. La búsqueda de respuestas no es algo fácil, pero promete la
probabilidad de acceder a niveles de conciencia sobre nuestra vida antes
desconocidos. Comenzamos a abrirnos a un proceso de renovación, para sentirnos
mejor con nosotros mismos y con los demás.
Generalmente
cuando se nos presenta la posibilidad de una reforma interna, producto de una crisis, se desarma el rompecabezas que hasta ese
momento mantenía tu sensación de coherencia, y puedes observar, a veces con
horror, todas esas piezas desordenadas, sin atinar qué hacer ni por dónde
empezar.
Un
día cualquiera, aparece una sensación
distinta, de desconexión, tu mente intenta utilizar las viejas soluciones
intentadas, racionalizas tus sensaciones, con ese sudor inexplicable e inesperado.
Te buscas a ti misma y no te encuentras, encuentras vacío y caos.
Veo
personas más o menos conscientes de lo que les está pasando, algunas piden
ayuda, algunas no, algunas con la hermosa capacidad de rehacer sus vidas. Otras
permanecen en el estado “crítico” por mucho tiempo, con una mínima conciencia
de lo que les está ocurriendo, sin pedir ayuda. Me pregunto a veces si existe
cierto adormecimiento frente al dolor, algo así como “umbrales” de dolor
distinto. La conciencia es un regalo, pero también una trampa, una que puede
llevarte a crisis internas difíciles de sobrellevar. Puedes saborear el placer
y la gratitud intensamente, pero lo mismo pasará con el dolor.
A veces, se pierde la esperanza y una nube negra
nubla toda la existencia. Abrirnos a las reformas internas, es vivir el proceso
como una oportunidad para recuperar nuestro ser, nuestro espíritu. Porque lo
más angustioso de un proceso de reforma, es encontrarse sola, pero no esa
soledad física, si no que esa sensación de no contar contigo misma, de quedarte
sin tu espíritu. Contar contigo misma para vivir la crisis, implica volver a
tocar tu espíritu.
“Vivir en espíritu” no es una tarea fácil, pero
vale la pena el esfuerzo. Los resultados de una intensa y profunda reforma
interna, nos pueden llevar a una evolución importante. Reformar-se implica ser
honesta contigo misma, tolerar tus debilidades, porque no aceptar tu debilidad,
es en sí una gran debilidad. Tratas de aceptar lo que está pasando y no dejas
de agradecer. Eso te permite asumir la completa responsabilidad de lo que está
pasando en ese momento. Puede ser que nada de esto resuelva la crisis, pero si
te transforma, te reforma como ser humano, dignificas tu esfuerzo,
independiente de los resultados que se logren.
Aquí adquiere valor el perdón. Cuando
te puedes perdonar un error, a ti mismo o a otro,
puedes hacerte más responsable aun. Porque en lugar de quedarte en la culpa, te
puedes dar cuenta de tu madurez y de que cuentas con tu espíritu para seguir
avanzando en el camino de la vida. No desaprovechemos, las oportunidades que
nos da la vida, sean felices o dolorosas, para reformarnos y crecer.
LOS CAMBIOS EN
EL PENSAMIENTO MEDICO
Wellington Silva Filho
Hace poco
tiempo, en medio de la noche, desperté con fiebre y un fuerte dolor de estómago.
Preocupado, busque un hospital a la mañana siguiente. A pesar de que los
síntomas no eran graves, mi hipocondría me hizo creer que podría estar
seriamente enfermo. Dicen que nosotros los hombres no tenemos grande
resistencia al dolor, incluso una cierta tendencia a la autocompasión.
No sé si tal afirmación tiene un respaldo científico, de todas formas me parece bastante verdadera. En fin, ya en el hospital, fui atendido por un médico que, después de una breve consulta, me recetó algunos remedios y reposo por tres días. Todo no pasaba de un simple y banal malestar estomacal.
No sé si tal afirmación tiene un respaldo científico, de todas formas me parece bastante verdadera. En fin, ya en el hospital, fui atendido por un médico que, después de una breve consulta, me recetó algunos remedios y reposo por tres días. Todo no pasaba de un simple y banal malestar estomacal.
Como dije
anteriormente, debido a su carácter simple y banal, tal caso no sugiere la
posibilidad de una gran reflexión. Todos nosotros ya pasamos por situaciones
así, donde nos vimos obligados a buscar en hospitales la solución para nuestras
indisposiciones físicas. De las más simples a las más complejas, el hospital es
la gran catedral de los enfermos. Como toda iglesia necesita de su pastor, el
medico hace el papel central en la religión moderna de la salud.
Sin embargo,
incluso los eventos más fútiles de nuestras vidas fueron históricamente
construidos y transformados a lo largo de los siglos por fuerzas culturales,
políticas, geográficas y sociales; fuerzas que, en gran parte de los casos,
remodelaron por completo su configuración original. Nada está libre del gran
péndulo de la historia: emociones, instituciones, prácticas profesionales y, el
tema que pretendo humildemente abordar en este texto, la visión que tenemos de
nosotros mismos. Para eso, reflexionar un poco sobre los procesos de cura y, en
especial, cuanto ellos cambiaron a lo largo del tiempo, se muestra un favorable
ejercicio en la comprensión de como nuestra especie se concibe a sí misma.
Cuando pienso en
mi dolor estomacal, no puedo dejar de imaginar cuan decepcionado estaría mi
abuelo si supiera que, por algo tan banal, fui corriendo a buscar protección
dentro de los muros de un hospital. A pesar de que yo ser una persona que
cultiva más dudas que certezas, en este caso en específico, tengo la absoluta
seguridad de que mi abuelo nunca habría buscado un hospital. ¡Ni aun cuando él
se quebró las dos costillas, por causa de un accidente doméstico, le pareció
razonable visitar un hospital!
Para mi abuelo,
así como para la gran parte de los abuelos de quien esté ahora leyendo este
texto, la imagen de un hospital estaba más relacionada con la muerte que con
restauración de la salud. Todo el glamour
y poder simbólico que la institución hospitalaria posee hoy, ni aun una
fracción de ella, existía hace algunas decenas de años. Para aquellos que
nacieron en las primeras décadas del siglo XX, el hospital era la última salida
contra una enfermedad severa, o un
intento desesperado de salvar un ente querido. En resumen, era el foso donde
acababan las esperanzas. Durante gran parte de nuestra historia reciente, vivir
y morir fueron actos reservados a las cuatro paredes de la casa, siendo
nuestros abuelos herederos de esa tradición.
Verticalizando
un poco más la discusión, no apenas el hospital y el peso de su institución es
algo reciente en nuestra sociedad. El propio concepto de enfermedad se
transformó a lo largo del tiempo, ya que elementos más fundamentales sobre el
conocimiento medico tiene una prematuridad relativa. Para abordar
satisfactoriamente este asunto, tenemos que dar un paso más largo en dirección
al pasado, paso que nos llevará a Grecia Antigua. Hasta el final del periodo
hoy conocido como Iluminismo, la teoría humoral reinó hegemónicamente en el conocimiento
medico occidental. Fundamentada por Hipócrates (460 a.C -377 a.C),
posteriormente corroborada por las grandes personalidades de la historia de la
medicina, como Discórides (40-90), Galeno (129-217), y Avicena (980-1037), ella
– la teoría humoral – fue el más duradero pensamiento occidental que permaneció
en la historia de la humanidad. Esencialmente, la teoría se basaba en la
afirmación de que la constitución física de un individuo estaba fundamentada en
cuatro humores principales: sangre, flema, bilis amarilla y bilis negra. Visto
que el equilibrio de esos humores eran determinantes para la salud, las
enfermedades humanas no eran nada más que el reflejo de su desarmonía. Así, el
trabajo de los médicos consistiría en restablecer el equilibrio humoral. Las técnicas
médicas de restablecimiento humoral pasaban, más allá de la administración de
drogas de origen animal y vegetal, por la realización de sangrías e inducción
voluntaria del vomito.
Si hoy nos
parece profundamente extraño una terapia fundada en forzar el vómito y cortar
venas, tales acciones eran practicadas primordiales en la medicina de nuestros
antepasados. Si los virus, bacterias y enfermedades infecciosas hoy tienen un
gran peso en el pensamiento médico, tales conceptos no eran ni siquiera
imaginado en el pasado. Apoderados del saber científico actual, miramos para
atrás y percibimos – no si una dosis de anacronía - cuan equivocadas eras las bases que
sustentaban la medicina antigua. Tal vez eso produzca en alguno de nosotros un
sentimiento reconfortante, tal vez hasta de seguridad, legitimando la falsa
impresión de que vivimos en la cúspide de la civilización y del conocimiento médico.
Ejercicios como
este, donde nos obligamos a mirar al pasado, no deben ser realizados con la
intención de medir cuan ciertos o
equivocados estamos, o aun cuan ciertos o equivocados estaban nuestros
antepasados. Antes, veo en ellos un ejercicio de humildad, que tiene como
objetivo hacernos comprender y aceptar nuestra pequeñez e ignorancia frente al
futuro, a lo desconocido, a lo que vendrá. La misma convicción que un hombre
medieval tenía en la confiabilidad de la sabría cómo tratamiento médico,
nosotros tenemos ahora con nuestros remedios, médicos y hospitales.
Repito que no
soy hombre de certezas, sino más bien de dudas. Mas, aún en la incertidumbre
total que es hacer una previsión del futuro, consigo imaginar un posible
estudiante de Historia de la Medicina que, de aquí a algunos siglos, al estudiar
nuestros actuales métodos de cura, tenga la misma sensación de que nosotros
tenemos al estudiar los métodos de cura de nuestros antepasados.
EXISTENCIA EN GERUNDIO
Daniela
Vidal Ruiz
Una de las
preguntas que considero más difíciles de responder es la clásica “¿de dónde
eres?”. Cada vez que me encuentro en un incipiente dialogo donde se pronuncia
esa interrogante, me veo en aprietos. Considero que es, por excelencia, la
clásica pregunta muletilla para tener una conversación con quien, por azar,
está a tu lado en una reunión informal.
¿Qué decir ante
esto? Me estremezco al darme cuenta que no tengo una respuesta concreta y
categórica para tal pregunta. Puedo decir donde me crie, en las ciudades que he
vivido, donde viven mis padres, en donde vivo actualmente; pero todas esas
respuestas son largas y difíciles de explicar; porque no son definitivas,
siempre están en gerundio, sujetas a cambios. Probablemente por eso mis
interacciones sociales no son tan recurrentes.
Desde el punto
de vista teológico, solo Dios –El Eterno – no está sujeto a cambios. Los
teólogos se refieren a esto como la inmutabilidad divina, porque El Eterno “es”
y no necesita transformaciones o reformas para llegar a una perfección. La
divinidad siempre es concreta, acabada, lista, perfecta: no necesita
modificaciones, porque habita en un eterno “aquí y ahora”. El futuro y el
pasado son para Él un único instante, pues en Él habita el tiempo, por eso no
está sujeto a sus transformaciones. El ser humano en cambio, está sujeto a
constantes reformas. Vive y convive en un eterno “estar”. Somos de una forma, y
luego seremos de otra. Es ese “estar” que le permite crecer. Son los viajes,
las experiencias, la comunicación, el autoconocimiento, el reconocimiento
de finitud y bella imperfección que nos
permiten un crecimiento espiritual. Es el resplandor del Eterno que nos otorga
la capacidad de conocernos y
reconocernos a nosotros mismos, pues una luz que se ilumine a sí misma, jamás
verá con claridad a su alrededor. Juan Calvino, el reformador de Ginebra, decía
que “la sabiduría consiste en dos puntos: a saber, el conocimiento que el
hombre debe tener de Dios y el conocimiento que debe tener de sí mismo”. Cuando asumimos que no necesitamos cambiar,
estamos diciendo que no nos conocemos: nos estamos enclaustrando y limitando a
algo único y definitivo que nos impide avanzar en nuestro crecimiento
espiritual.
Resulta
maravilloso observar nuestros propios cambios y reformas, que si bien son
influenciados por agentes externos, son originados por y a partir de nosotros
mismos. Es satisfactorio y causa
regocijo experimentar cambios y mirarse a sí mismo en el presente,
observar el yo del pasado y certificar que en el desierto florido de la vida,
flores exóticas y corrientes van creciendo. Es en el reconocimiento de nosotros
mismos y del otro, como legitimo otro, que afirmamos nuestra existencia y
experimentamos los cambios necesarios. Es de suma importancia practicar este
ejercicio constante de observarnos, cuestionarnos, reflexionar sobre sí y sobre
las interacciones sociales que realizamos diariamente.
Es por eso que
ya no me sentiré incomoda ni pasaré por aprietos cuando me pregunten de dónde
soy: quien quiera saberlo tendrá que tener tiempo para escuchar la explicación
de mi respuesta. No hay respuestas con carácter de ley, la vida no es
pragmática ni definida. No existen fórmulas cortas y obtusas que nos expliquen,
la vida es más simple y compleja que eso: somos esculturas de cenizas,
creándonos y desvaneciéndonos. Así, al finalizar el día, no me resta más que
concordar con Simone de Beauvoir cuando nos
recomienda que, en la transitoriedad de la vida, “nada nos defina, nada
nos sujete; que la libertad sea nuestra propia esencia.” Así sea.
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